Nada Para Pagar

J. C. O’Hair|Antes de estudiar la muy interesante historia de las dos personas que visitaron un día la casa de un santurrón miembro religioso de la iglesia cuyo nombre era Simón, leamos lo que el Señor Jesús dijo a un grupo de respetables pecadores religiosos que pertenecían a la clase de Simón.

por J. C. O’Hair

La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible, al cual puede suscribirse siguiendo en enlace anterior. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.

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Un miembro religioso de la iglesia y una mujer en pecado

Antes de estudiar la muy interesante historia de las dos personas que visitaron un día la casa de un santurrón miembro religioso de la iglesia cuyo nombre era Simón, leamos lo que el Señor Jesús dijo a un grupo de respetables pecadores religiosos que pertenecían a la clase de Simón. Mateo 21:31,32 (RV1960):

De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.

Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.

Tal vez todos hemos observado cómo el Señor Jesucristo nunca dijo una palabra desagradable a ningún pecador verdaderamente penitente mientras estuvo en la tierra. «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:17). Verdaderamente, Jesús era amigo de los publicanos y pecadores. Pero nunca perdonó al santurrón hipócrita. Fue una compañía de tales hombres, con sus gobernantes, la que hizo clavar al Hijo de Dios en el madero. Las iglesias y sinagogas actuales abundan en hombres y mujeres santurrones, hipócritas y en bancarrota espiritual. Los publicanos, las rameras y los pecadores siguen oyendo la verdad de Dios: que «donde abunda el pecado sobreabunda la gracia», y a pesar de todos los obstáculos e impedimentos religiosos, y de la oposición y las incoherencias de los farisaicos líderes eclesiásticos y de la predicación de los falsos profetas en los púlpitos, con su pseudo-Cristo y su evangelio pervertido, algunos de ellos se salvan. Y ocasionalmente, aquí y allá, algunos de los Simones entre los oficiales de la iglesia están siendo salvos; y de vez en cuando un predicador modernista escucha el verdadero mensaje de gracia de Dios y es salvo.

Ahora la historia muy interesante de Simón el fariseo, la mujer pecadora, y el Señor Jesús, registrada en Lucas 7:36-50:

Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz.

No se dice el nombre de la mujer. Después de todo, eso no es tan importante, ya que ha habido millones como ella a lo largo de los siglos. Y hoy todavía hay millones como ella, separados por el pecado de todos sus seres queridos, apartados de toda sociedad decente, deshonrados y arruinados sin remedio, más allá de cualquier poder humano. Algunos de ellos parecen estar endurecidos por encima cualquier conciencia del bien o del mal. Tal vez han escuchado en alguna parte este maravilloso mensaje de Dios:

Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. (Isaías 1:18)

Para una criatura tan pobre y arruinada, para una marginada social tan lamentable, para la ramera más vil, esta historia debería leerse con un interés más que pasajero. Es una maravillosa historia de gracia. Y también debería derretir el corazón del santurrón, egocéntrico y religioso miembro de la iglesia. Pero, ¡ay!, Sus corazones están de tal manera llenos de orgullo, que están tan endurecidos contra Cristo y el mensaje de la gracia de Dios como los corazones de los publicanos y las rameras. «Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre» (Marcos 7:20-23).

Podríamos encontrar muchos sermones en este interesantísimo relato de la visita en casa de Simón. Es interesante contrastar la actitud del hombre religioso hacia la pobre mujer pecadora con la de Aquel que fue llamado el Amigo de los publicanos y pecadores. No hay el menor indicio de que la mujer fuera consciente de la presencia del fariseo hasta que el Señor le dirigió sus mensajes. Estaba demasiado ocupada con el Salvador.

Nótese la declaración del Señor (en Lucas 7:41): «Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta». Aquí Dios es el acreedor. La mujer pecadora debía quinientos denarios y el fariseo religioso debía cincuenta denarios. Parece que el Señor estaba sugiriendo que la mujer era diez veces más pecadora que el hombre. Pero es bastante dudoso que el Señor realmente creyera eso; porque Él conocía bien el gran pecado de la justicia propia y el orgullo religioso en el corazón de Simón. También es bastante dudoso que Simón sintiera que debía siquiera los cincuenta peniques. Los religiosos santurrones generalmente tienen todas sus deudas pagadas, según su propia estimación. Algunos de ellos piensan que Dios está en deuda con ellos por ser tan religiosamente buenos. Por otra parte, la mujer pecadora no se habría ofendido si el Señor hubiera fijado su deuda en cinco millones de peniques, sino que habría estado de acuerdo con Él. Simón, sin duda, la habría fijado incluso por encima de esa cifra. La pobre mujer pecadora sabía que estaba en bancarrota, en lo que concernía a su Divino Acreedor; que no tenía «con qué pagar». Buscaba un Salvador misericordioso y encontró a Aquel que era capaz de cancelar su obligación. Lo encontró no solo abundantemente capaz, sino totalmente dispuesto.

El Señor Jesús leyó el corazón de Simón. No hubo confesión oral por parte del fariseo. Cómo debió herir su orgullo religioso cuando el Señor lo puso en el mismo lote con la mujer, cuando dijo: «no teniendo ellos con qué pagar». Tal vez a Simón nunca se le ocurrió que él no tenía «con qué pagar», que él también estaba en bancarrota espiritual. Ni por un momento le pidió que cancelara su deuda ni le pidió ninguna gracia. Hay multitudes de personas religiosas hoy en día que están tratando de pagar a Dios con sus obras religiosas en lugar de aceptar la gracia de Dios. Ni por un momento dirían con Pablo: «Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo» (Romanos 7:18).

Observen estas palabras de Cristo en el relato: «Perdonó a ambos» (Lucas 7:42) ¿Está enseñando realmente el Señor que no importa cuánto o por cuánto tiempo un hombre o una mujer haya pecado contra Él, pues Él los perdonará a todos, si vienen como lo hizo esta mujer pecadora? Seguramente, si Él no perdona TODO, sino que solo reduce la deuda, eso no ayudará en nada. Dios no quita el pecado a plazos. Oigan las buenas nuevas: «Y… de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree» (Hechos 13:39).

El Señor le estaba diciendo a Simón y a la mujer pecadora, así como a usted y a mí, la verdad de Isaías 1:18 y Romanos 5:20: «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» «Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia».

Notemos de nuevo esta verdad llena de gracia tal como se registra en Colosenses 2:13 y en Hebreos 10:17-19: «Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados» (Colosenses 2:13). «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado. Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo» (Hebreos 10:17-19).

Cristo habló con Simón; pero miró a la mujer. El hombre mira la apariencia exterior, pero Dios mira el corazón. «Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre» (Juan 2:24-25). Solo piensa en lo que Cristo vio en el corazón y la vida de esa mujer pecadora. Piensa en lo que Él ha visto en la mía y en la tuya. ¿Condenó Cristo a esa pobre pecadora penitente? «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:17).

¿Qué hizo Cristo? Primero dijo: «sus muchos pecados le son perdonados». Y luego, a ella, le dijo: «Aquí tienes un recibo por los quinientos denarios que debes». «Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado, vé en paz».

Cristo no preguntó a la mujer cuántas veces había pecado, ni cuántos años llevaba pecando, ni cuántas clases diferentes de pecados había cometido. Él habló de sus pecados como muchos; pero fueron perdonados. No importa cuántos pecados haya cometido cualquier pecador, el Señor tiene pleno perdón y justificación para el penitente que confíe en Él. A una mujer adúltera arrepentida y sorprendida en su pecado, Cristo le dijo: «Ni yo te condeno; vete, y no peques más» (Juan 8:11). A la mujer pecadora de nuestra historia le dijo: «Tu fe te ha salvado, vé en paz».

¡Piensa en la maravillosa transformación! ¡Qué gracia infinita y qué poder divino! En un momento ella era una pobre, condenada, culpable, en bancarrota espiritual, «sin nada que pagar», y al momento siguiente todo borrado y la cuenta saldada. La mujer se fue con el perdón y la paz en lugar de una conciencia acusadora y manchada. Tal es la obra transformadora del maravilloso evangelio de la gracia de Dios.

¿Has creído en este evangelio? ¿Has recibido el perdón por medio de Cristo Redentor?

Podemos estar seguros de que la conducta de aquella mujer fue completamente diferente después de que Cristo habló de perdón y paz a su alma. La buena conducta, aceptable a nuestro Padre Celestial, es siempre el fruto de la salvación y no un factor de salvación. Nunca podemos ser salvos «por buenas obras»; pero somos salvos «para buenas obras». Efesios 2:10.

«Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios» (Romanos 8:8). Cristo se entregó por nosotros, «para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Tito 2:14).

«Nada para pagar» puede mirarse desde dos puntos de vista. Cada miembro de la raza humana es una bancarrota espiritual en Adán y no tiene nada con que pagar por la vida eterna. Pero también es cierto que no hay nada que pagar, porque Cristo ya ha pagado por completo.

Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado. (Romanos 4:8)

Ese hombre bienaventurado o feliz es el hombre que ha ido por fe al Calvario y su alma culpable ha sido lavada por la sangre del inmaculado Cordero de Dios.

¡Nada para pagar! Sí, esto es verdad,
No queda nada por hacer para el pecador.
No hay nada que pagar para ganar el amor de Dios;
No hay nada que pagar por un hogar en el cielo.

El pecador no tiene nada bueno dentro;
El pecador no tiene nada para pagar por el pecado.
Ningún ser humano puede cumplir la santa ley de Dios
Ninguno puede eliminar un solo defecto.

Deudores de Dios somos en nuestro estado de bancarrota;
¿Cómo podemos pagar una deuda tan grande?
Aparte de la gracia, aunque haciendo todo lo posible,
no encontramos perdón, paz ni descanso.

Cristo vino del cielo a morir en el madero.
¡La vida eterna! El regalo de Dios, es gratis;
Porque Dios ha aceptado la obra de Su Hijo,
Él salva a los pecadores culpables por la obra que Él ha hecho.

Dios salva por gracia, sin buenas obras;
Cristo es todo lo que el pecador necesita
Este es el evangelio que tantas veces hemos oído
El mensaje de la gracia en la propia Palabra de Dios.

¿Por qué debería un pecador pensar que puede ayudar?
¿Por qué ha de pagar lo que Cristo ha pagado?
No hay valor en un plan humano;
Pero Cristo probó la muerte por cada hombre.

Ningún pago más exigirá Dios,
¿Qué más que Cristo puede desear el hombre?
Completo en Cristo y justificado,
Perdonado, limpiado y santificado.

Demos gracias a Dios por su infinita gracia;
Y al Salvador que estuvo dispuesto a morir en nuestro lugar,
Morir en la cruz para alejar el pecado,
Regocijándonos al saber que no hay nada para pagar.

Nunca olvidaremos la obra de nuestro Salvador;
Por siempre lo alabaremos por pagar nuestra deuda.
Le honraremos y alabaremos, mirando hacia arriba,
Buscando cada día llenarnos de Su amor.

Sí, mirando a Jesús, correremos bien la carrera,
dependiendo cada día de la maravillosa gracia de Dios.
La Palabra de Dios es verdadera; estamos seguros de la recompensa
Por todo lo que se hace en el nombre del Señor.

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