por Cornelius R. Stam
La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.
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Para el creyente imparcial de la Palabra de Dios, existe una prueba abrumadora de que el secreto del propósito eterno de Dios y de sus buenas nuevas al hombre fue comunicado por primera vez por revelación al apóstol Pablo, para qué él a su vez lo diera a conocer a otros. El propio Pablo no sólo declara esto por inspiración divina sino que sus declaraciones se confirman ampliamente al comparar su mensaje y ministerio con los mensajes y ministerios de todos sus predecesores.
Pero aunque a menudo se han observado distinciones particulares en este sentido, creemos que se ha prestado muy poca atención a los aspectos más amplios de su mensaje y ministerio, comparándolos con los de sus predecesores. Esas grandes verdades que se le encargó revelar fueron el constante tema de su discurso y de sus cartas, y su vida y conducta armonizaban perfectamente con esas verdades y con la dispensación que él introdujo.
La Dispensación de la Gracia
Comencemos con su proclamación de gracia.
A veces se nos pregunta: “¿No hablaron otros de gracia antes que Pablo?”
Sí, otros antes que Pablo hablaron de gracia, pero antes de asumir demasiado de esta verdad, consideremos algunos hechos básicos:
No es simplemente Pablo, sino la Palabra inspirada la que declara que “la administración [dispensación] de la gracia de Dios” le fue encomendada (Efesios 3:2 - RV1960) y que era su “ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). Esta afirmación no se hizo en nombre de ninguno de sus predecesores, ni ninguno de ellos mencionó siquiera la dispensación o el evangelio de la gracia de Dios en lo que respecta al registro bíblico.
Para el creyente esta evidencia debería ser concluyente de que Pablo era el vaso escogido de Dios, levantado especialmente para proclamar el mensaje y el programa de la gracia. Pero para aquellos que dudan en aceptar estas declaraciones inspiradas al pie de la letra, tenemos más evidencia importante que ofrecer en el hecho de que ningún otro escritor de la Biblia, ni siquiera todos los demás juntos, tiene tanto que decir acerca de la gracia como Pablo.
El equivalente hebreo de la palabra que usa Pablo para gracia se encuentra sólo 68 veces en todo el Antiguo Testamento (que tiene casi doce veces la extensión de las epístolas de Pablo, incluyendo Hebreos) y estas, no siempre en relación con la gracia de Dios, y nunca con la dispensación de la Gracia.
En los cuatro evangelios (de casi _dos veces la extensión de las epístolas de Pablo) la palabra gracia (gr. charis) con sus derivados aparece en el original sólo 13 veces (mucho menos a menudo en la Versión Autorizada inglesa) y estas rara vez con una conexión doctrinal, y mucho menos dispensacional.
En comparación, las epístolas de Pablo, que sólo ocupan una doceava parte del tamaño del Antiguo Testamento y la mitad del tamaño de los cuatro Evangelios, emplean la palabra la gracia y sus derivados no menos de 144 veces, más a menudo que todo el resto de la Biblia y ¡casi el doble que todo el Antiguo Testamento y los cuatro Evangelios juntos! Y luego, en las epístolas de Pablo, la palabra gracia casi siempre se usa doctrinalmente, en conexión con la dispensación de la Gracia.
Cada epístola firmada con su nombre comienza con una proclamación de gracia y paz “de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.” En las epístolas encontramos que somos “justificados gratuitamente por su gracia [de Dios]” (Romanos 3:24), que “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20) para que reine la gracia (Romanos 5:21). Allí leemos que no estamos “bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14), que “poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia” para que podamos abundar “para toda buena obra” (II Corintios 9:8), que es el propósito de Dios “mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7). Y podríamos seguir y seguir sumando evidencia de que “la dispensación de la gracia de Dios” fue en efecto confiada especialmente a Pablo para que nos la diera a conocer.
Un examen del libro de los Hechos revela una comparación similar. Allí la palabra gracia en el original se encuentra cuatro veces antes del llamamiento de Pablo y 12 veces después. Antes del llamamiento de Pablo no se usa ni una sola vez para referirse a la dispensación de la gracia o de la salvación por gracia, pero en los capítulos posteriores a su conversión, no sólo se usa la palabra más a menudo, sino que aparece en conexión con la dispensación de la Gracia.
Cuando Bernabé “vio la gracia de Dios” al salvar a los gentiles en Antioquía de Siria, “se regocijó” (Hechos 11:23). Cuando los judíos y los prosélitos religiosos en Antioquía de Pisidia recibieron la proclamación de Pablo de la salvación por medio de Cristo, sin la ley, él y Bernabé “les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios” (Hechos 13:38,39,43). En Iconio, Pablo y Bernabé dieron un testimonio audaz de “la palabra de su gracia” (Hechos 14:3). Más tarde, Pedro confirmó el mensaje de Pablo, declarando públicamente su convicción: “Creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos [los judíos], de igual modo que ellos [los gentiles]” (Hechos 15:11). En Éfeso, Apolos resultó útil para “los que por la gracia habían creído” (Hechos 18:27). En su camino a Jerusalén, Pablo declaró su determinación de cumplir la comisión que Cristo le había dado de “dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24) y luego encomendó a los ancianos de Éfeso a “la palabra de su gracia [de Dios]” (Hechos 20:32).
La palabra de la cruz
Consideremos a continuación la presentación que hace Pablo de la muerte del Señor Jesucristo.
Fue nuevamente por revelación divina que el apóstol afirmó que la suya era “la palabra de la Cruz”, es decir, como buena noticia, y que el tema de su mensaje era “Cristo crucificado” (I Corintios 1:18,23). Nuevamente, esta declaración no fue hecha por ninguno de sus predecesores. Además, esta afirmación también se confirma ampliamente al comparar sus escritos con los de todos sus predecesores.
En las Escrituras del Antiguo Testamento, las predicciones de la muerte de nuestro Señor, desde Génesis 3:15 en adelante, están intencionalmente veladas en la oscuridad y se nos dice explícitamente que mientras los propios profetas “diligentemente indagaron”, no descubrieron ni “qué tiempo” ni siquiera lo “que” el Espíritu “indicaba… el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (I Pedro 1:10-12).
Lo mismo ocurre con los tipos de la muerte de nuestro Señor en el Antiguo Testamento. Podemos ahora mirarlos y exclamar: “¡Dios lo tuvo en mente todo el tiempo!”, pero no se nos habla de un solo caso donde los de aquel día fueran informados que se estaba prefigurando la muerte de Cristo.
Luego, cuando nuestro Señor apareció en la tierra, ni siquiera comenzó a decirles a sus apóstoles que debía sufrir y morir hasta cerca del fin de su ministerio (Mateo 16:21; Marcos 8:31; Lucas 9:22), y entonces leemos:
Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. (Mateo 16:22)
Tan ignorantes eran los propios apóstoles de nuestro Señor incluso en cuanto el hecho profetizado de Su muerte (cuánto más de su significado) que más tarde, en la sombra misma de la Cruz, cuando les dijo nuevamente cómo debía sufrir y morir, todavía estaban desconcertados:
Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía. (Lucas 18:34)
De hecho, incluso en Pentecostés, cuando la muerte de Cristo se había convertido en un hecho histórico, sus logros completos aún no habían sido revelados ni proclamados.
En los primeros capítulos del libro de los Hechos no encontramos aún la muerte de la Cruz proclamada para la salvación. Más bien se habla de ello como una cuestión de vergüenza de la que hay que arrepentirse. Pedro no ofrece a sus oyentes la sangre derramada de Cristo para la remisión de los pecados, carga a sus oyentes con esa sangre y exige el arrepentimiento y el bautismo para la remisión de los pecados.
Pero con el llamamiento de Pablo todo ha cambiado. La crucifixión adquiere un significado nuevo y maravilloso. La Cruz, la sangre, la muerte de Cristo se convierten en el tema mismo de su mensaje. Él habla constantemente de ellos, no con significados ocultos, sino en declaración abierta, como buenas noticias, como aquello en torno a lo cual gira el propósito eterno de Dios y de lo cual fluyen todas nuestras bendiciones.1
Ningún otro escritor bíblico tiene tanto que decir sobre la muerte de Cristo.
Por el Espíritu, Pablo nos dice que:
Cuando aún éramos pecadores Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8)
Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo (Romanos 5:10)
Somos salvos mediante la fe en Su sangre (Romanos 3:25)
Tenemos redención mediante Su sangre (Efesios 1:7)
Somos justificados en Su sangre (Romanos 5:9)
Somos reconciliados en el cuerpo de Su carne, mediante la muerte (Colosenses 1:21,22)
Tenemos paz mediante la sangre de Su Cruz (Colosenses 1:20)
Somos cercanos por la sangre de Cristo (Efesios 2:13)
Somos bautizados en Su muerte (Romanos 6:3)
Somos hechos un Cuerpo en la Cruz (Efesios 2:16)
El Pacto de la Ley fue clavado en la Cruz (Colosenses 2:14)
A través de la muerte Él destruyó al que tenía el imperio de la muerte (Hebreos 2:14)
Murió para que los que viven, ya no vivan para sí mismos, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó (II Corintios 5:15)
Murió para que, ya sea que vivamos o durmamos, vivamos juntamente con Él (I Tesalonicenses 5:10)
Cristo crucificado es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (I Corintios 1:23,24)
Debemos jactarnos sólo en la Cruz (Gálatas 6:14)
Debemos anunciar la muerte del Señor hasta que Él venga (I Corintios 11:26)
No es de extrañar el mensaje de Pablo se llame “la predicación de la Cruz” (I Corintios 1:18)
El caminar del creyente
Nuevamente encontramos lo mismo con respecto al amplio tema de la vida espiritual del creyente y su conducta: ningún otro escritor bíblico dedica una proporción tan grande de sus enseñanzas a este tema.
Moisés tuvo mucho que decir acerca de amar a Dios y obedecer sus mandamientos, pero pronto se hizo evidente que la Ley Mosaica no produciría resultados, al ser declarada por Dios como “vieja” 2 y prometió hacer un nuevo pacto con Su pueblo, bajo el cual Él obraría dentro de ellos para que hicieran espontáneamente Su voluntad (Jeremías 31:31-34).
En Pentecostés hubo un anticipo de la bendición de este reino cuando el Espíritu Santo causó que los discípulos de Cristo profetizaran (Joel 2:28,29) y también hizo que hicieran su voluntad (Ezequiel 36:26,27).
De ahí que en los primeros capítulos de Hechos encontramos que los apóstoles y discípulos no cometieron pecados ni cometieron errores. Estaban todos LLENOS del Espíritu (Hechos 2:4). Así, Dios demostró el hecho de que la única manera en que incluso los suyos pueden obedecerle perfectamente es cuando Él toma posesión de ellos y hace que hagan su voluntad.
Sin embargo, como sabemos, Israel rechazó al Rey y Su reino y esa operación del Espíritu cesó. Hoy ya no toma posesión de los hombres, haciéndoles profetizar y hablar en lenguas o hacer su voluntad sobrenaturalmente.
Pero en la gracia de Dios, Pablo fue levantado para mostrar cómo incluso en “este presente siglo [edad] malo” podemos tener victoria espiritual por gracia mediante la fe, porque si bien el Espíritu no hace que hagamos la voluntad de Dios automáticamente, Él sí mora en nuestro interior, siempre listo para ayudar, y de lo que así se nos proporciona por gracia, podemos apropiarnos por fe. ¡Qué desafío! 3
Es por eso que el apóstol Pablo tiene mucho que decir acerca de la operación del Espíritu ahora y acerca de nuestra vida y conducta espiritual ahora en este tiempo del rechazo de Cristo. Esta es la razón por la que las doctrinas en cada una de sus grandes epístolas a las iglesias van seguidas de aplicaciones prácticas a nuestro comportamiento en “este presente siglo [edad] malo”.
¡Qué volumen de los escritos de Pablo podríamos citar en apoyo de estos hechos! Los siguientes son sólo algunos pasajes representativos:
Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. (Romanos 6:11-14)
La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:2).
Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne (Romanos 8:11,12)
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (I Corintios 6:19,20)
Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:1-3)
A todo esto se podría agregar mucho más para mostrar cómo nadie hasta Pablo proclamó las verdades de la reconciliación, del un Cuerpo, de nuestro bautismo en Cristo, etc. ¡Cómo toda esta evidencia acumulativa marca a Pablo como aquel especialmente levantado por Dios para dar a conocer las verdades particulares para la presente dispensación!
Pero aún hay más evidencia de otra naturaleza.
El Dr. J. S. Howson ha señalado cómo el apóstol Pablo pone a Dios como testigo más que cualquier otro escritor de la Biblia, y también tiene más que decir acerca de la conciencia, particularmente la suya propia. 4 Pero Dean Howson no vio la relación de estos hechos con la revelación del misterio y la dispensación de Gracia.
Los juramentos de Pablo
¡Cuántas veces el apóstol habla con juramento!
Testigo me es Dios (Romanos 1:9)
Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, (Romanos 9:1)
Como Dios es fiel… (II Corintios 1:18)
Invoco a Dios por testigo sobre mi alma (II Corintios 1:23)
Por la verdad de Cristo que está en mí… (II Corintios 11:10)
El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. (II Corintios 11:31)
He aquí delante de Dios que no miento. (Gálatas 1:20)
Dios me es testigo (Filipenses 1:8)
Digo verdad en Cristo, no miento (I Timoteo 2:7)
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo (I Timoteo 5:21)
Te mando delante de Dios (I Timoteo 6:13)
Te encargo, pues, delante de Dios y del Señor Jesucristo (II Timoteo 4:1)
Como dice Howson: “Cuando [Pablo] hace una declaración solemne como en la presencia de Dios, no duda en expresarlo” (Conferencias Hulsean de 1862, p. 160). 5
¿Pero no habían hablado otros como en la presencia de Dios? En efecto, Pedro, por el Espíritu, dice: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (I Pedro 4:11). Sin embargo, incluso una lectura superficial de las Escrituras revelará que Pablo llama a Dios como testigo con mucha más frecuencia que cualquier otro escritor bíblico y principalmente con respecto a su integridad personal. ¿Por qué es esto? ¿Por qué necesitó hablar con juramento?
La respuesta a esta pregunta se encuentra nuevamente en el carácter distintivo del ministerio de Pablo como apóstol del misterio.
Juan el Bautista no necesitó hablar con juramentos, pues proclamó el reino que ya había sido predicho por todos los profetas del Antiguo Testamento. Los cuatro “evangelistas” no necesitaron jurar, porque describieron a nuestro Señor como el Mesías profetizado. Pedro en Pentecostés pudo señalar que “esto” era “lo dicho por el profeta Joel” (Hechos 2:16), ¿por qué tendría que jurar que estaba diciendo la verdad? Además, tanto él como sus asociados estaban evidentemente todos bajo el control del Espíritu Santo (Hechos 2:4).
Pero con Pablo era un asunto diferente. Aparte de los doce, que eran ampliamente conocidos como los apóstoles de Cristo, Pablo había sido levantado para dar a conocer un maravilloso secreto que Dios había mantenido oculto a todos los que le habían precedido. Si bien de ninguna manera contradecía la profecía, este secreto no se encontraba en los dichos o escritos de cualquiera que lo hubiera precedido, ni siquiera en un lenguaje velado. 6 Además, la revelación de “este misterio” trajo consigo un cambio revolucionario en el mensaje y el programa, una nueva dispensación. Por lo tanto, es apropiado que el apóstol insista una y otra vez en que escribe como en la presencia de Dios.
La conciencia de Pablo
De la misma manera el apóstol estaba muy al tanto de la conciencia, y enseñó a otros a estarlo. De hecho, él tiene más que decir sobre la conciencia que cualquier otro escritor bíblico.
En Hechos 23:1 tenemos sus palabras al Sanedrín:
Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. (Ver también II Timoteo 1:3)
Incluso había sido concienzudo (aunque conscientemente equivocado) en su persecución de Cristo (Hechos 26:9) y si bien está claro que no fue salvo mediante la obediencia a su conciencia, esta particularidad de su carácter se hizo aún más marcada después de su regeneración e iluminación por parte del Santo Espíritu.
A Agripa podría decirle, con respecto a su experiencia en el camino a Damasco.
Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial (Hechos 26:19)
A Félix le pudo decir:
Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres. (Hechos 24:16)
Y se lo demostró al mismo Félix cuando se negó a ceder a la tentación de buscar la libertad dándole un soborno (Hechos 24:26).
A los corintios pudo escribir:
Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros. (II Corintios 1:12)
Y esto es representativo de muchos pasajes similares.
Además, apela a la conciencia de los demás.
… no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios. (II Corintios 4:2)
Timoteo fue exhortado a mantener la fe “y buena conciencia” (I Timoteo 1:19), y se le recordó que los diáconos deben guardar “el misterio de la fe con limpia conciencia” (I Timoteo 3:9).
Al tratar las relaciones de los creyentes entre sí, el apóstol les ruega que sean sensibles no sólo con respecto a sus propias conciencias, sino también a las de los demás (I Corintios 8:7-12; 10:25-29).
Es interesante notar que el apóstol mostró y exhortó a ser escrupuloso, especialmente en lo que se refería a asuntos financieros. No sólo exhortó a otros a “procurad lo bueno delante de todos los hombres” (Romanos 12:17), sino que él mismo practicó esto. En relación con las mayores contribuciones que hacían las iglesias gentiles a los santos en Jerusalén, escribió a los corintios que junto con Tito (enviado a recoger sus contribuciones) enviaba a otro hermano, que era bien conocido por todas las iglesias y fue designado por ellas para viajar con él para llevar la ofrenda a Jerusalén:
Evitando que nadie nos censure en cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres. (II Corintios 8:20,21)
De hecho ya había escrito:
Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a estos enviaré para que lleven vuestro donativo a Jerusalén.
Y si fuere propio que yo también vaya, irán conmigo. (I Corintios 16:3,4)
¿No indica todo esto que el programa del reino había sido interrumpido y la dispensación de la Gracia había sido introducida? Habría poca necesidad de tales precauciones y exhortaciones o incluso de tales colectas, si el programa pentecostal hubiera continuado ininterrumpidamente, porque “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común… Así que no había entre ellos ningún necesitado…” (Hechos 4:32-34).
Bajo tales condiciones controladas por el Espíritu, sería superfluo advertir a alguno que considere la conciencia del otro. Todos vivían el uno para el otro. De hecho, dos que intentaron unirse a la compañía por medios que ignoraban su conciencia fueron heridos de muerte (Hechos 5:1-11). Asimismo, habría sido superfluo exhortar a Pedro y a sus hermanos en Pentecostés a retener la verdad con una conciencia pura porque todos fueron “llenos del Espíritu Santo” según la promesa.
Pero las manifestaciones sobrenaturales de Pentecostés desde entonces han cesado y ahora vivimos bajo la dispensación de la Gracia. Es sumamente apropiado, por lo tanto, que nuestro apóstol tenga tanto que decir acerca de la conciencia, instándonos a mantener siempre la integridad personal y a mostrar la debida consideración por el bienestar espiritual de los demás, llevando así frutos de gracia.
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