por Kevin Sadler
La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.
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Un pastor contó la siguiente historia real: “Cuando servía como pastor de una iglesia en el norte de Alabama a principios de la década de 1980, había un ujier en nuestra iglesia llamado John. Era un hombre dulce que siempre estaba presente en su lugar habitual para saludar a la gente y repartir boletines, pero John era un hombre muy problemático. En varias ocasiones me reuní con él y comenzó a llorar mientras me decía que durante la Segunda Guerra Mundial había hecho algo que pensaba que era tan malo que estaba seguro de haber cometido un pecado imperdonable”.
“Traté de ayudarlo diciéndole que Dios podía perdonar todos los pecados excepto el pecado de incredulidad, pero eso no hizo que cambiara de opinión. John nunca me dijo lo que había hecho, pero estaba convencido de que nunca iría al cielo. Asistió a la iglesia y sirvió al Señor fielmente. Su familia participaba activamente en la iglesia y sus hijos eran cantantes talentosos; pero estaba atormentado con la creencia de que había cometido un pecado imperdonable y que nunca llegaría al cielo”.1
Ese hombre no está solo. Muchas personas tienen el mismo temor y viven con miedo de haber cometido tal pecado y de que no hay esperanza de ser salvos. Quizás te hayas preguntado si en algún momento blasfemaste contra el Espíritu Santo, y persiste en tu pensamiento que tal vez nunca serás perdonado por ello.
Hay muchas ideas sobre qué es el pecado imperdonable. Algunos piensan que se trata de asesinato, suicidio, adulterio u otras formas de inmoralidad sexual. Otros creen que tiene que ver con pensar o decir cosas horribles y blasfemas contra Dios, que es algo así como odiar a Dios o agitar el puño contra Dios y maldecirlo.
¿Cuál es el pecado imperdonable? Ante esa pregunta nos hacemos, ¿qué dice la Biblia? Esa debería ser siempre nuestra primera pregunta, porque la Palabra de Dios es nuestra primera y última autoridad en todos los asuntos de fe y práctica. Y cuando dividimos correctamente la Palabra de verdad, la respuesta a la pregunta del pecado imperdonable se vuelve clara.
El contexto
Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. (Mateo 12:31,32 - RV1960)
Lo que a menudo se llama el pecado imperdonable se basa en esta porción de las Escrituras y sus pasajes paralelos en los otros evangelios (Marcos 3:28-29; Lucas 12:10). Para entender lo que el Señor quiso decir, sus palabras deben interpretarse tanto en su contexto inmediato como en su contexto dispensacional.
En el contexto inmediato, aprendemos sobre un milagro que Cristo realizó, que provocó la oposición de los fariseos que estuvieron presentes ese día. Mateo 12:22-24 registra que un hombre endemoniado que era “ciego y mudo” fue llevado al Señor. Siendo el Hijo de Dios y el Mesías de Israel, el Señor tenía autoridad tanto sobre el ámbito sobrenatural como sobre el ámbito físico. Por lo tanto, Él simplemente expulsó al demonio y sanó al hombre para que pudiera ver y hablar. Esto asombró a la gente que vio el milagro, y se preguntaban en voz alta: “¿Será éste aquel Hijo de David?” (Mateo 12:23), es decir, el Mesías y Rey largamente prometido a Israel. Al escuchar a la multitud decir esto, los enemigos de Cristo reaccionaron:
Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. (Mateo 12:24)
Este debería haber sido un momento de regocijo por la curación del hombre que acababa de ser liberado del demonio y podía hablar y ver. En cambio, los fariseos incrédulos se enfurecieron. No podían negar el milagro, así que intentaron explicarlo llamándolo malvado. No se permitieron creer la posibilidad de que Jesús de Nazaret fuera el Rey, el Hijo de David, por lo que atribuyeron el milagro a otro gobernante, alegando que el Señor lo hizo por el poder de Beelzebú, el príncipe de los demonios, que es Satanás. El Señor, a su vez, abordó su incredulidad con esta acusación, diciéndoles:
Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino? (Mateo 12:26)
Su acusación de que Cristo expulsaba demonios por el poder de Satanás no tenía sentido, porque Satanás estaría trabajando contra sí mismo al renunciar al control de alguien en sus garras y reparar el daño que le había hecho al hombre. El Señor avanzó un paso más en su sabio argumento cuando preguntó:
Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa. (Mateo 12:29)
En este versículo, el “hombre fuerte” es Satanás. Su “casa” es la esfera en la que domina, que es el mundo, porque Satanás es “el dios de este mundo” (2 Corintos 4:4). “Sus bienes” son sus demonios y sus malas obras. Cristo es Aquel que vino del cielo y entró en el mundo, en la casa del fuerte, y ató al fuerte, y despojó sus bienes, y expulsó al demonio.
Ante sus ojos, Cristo acababa de liberar a este hombre de las garras y la esclavitud de Satanás. Cristo no realizó este milagro en el poder de Satanás. Cristo no está sujeto a él. Por lo tanto, la conclusión lógica es que Cristo es más grande y más poderoso que el hombre fuerte, Satanás, porque Cristo es Dios, y lo demostró al echar fuera uno de los demonios de Satanás.
Entonces el Señor emitió la severa advertencia del pecado imperdonable a estos fariseos que no creían en Él y se oponían a Él: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada”.
Necesitamos notar a quién le está hablando el Señor. Primero, se dirige específicamente a los líderes religiosos incrédulos de Israel. Acusar a Cristo de estar aliado con Satanás y expulsar un demonio en el poder de Satanás era pecado y blasfemia por parte de estos líderes religiosos. La blasfemia es algo que se hace o se dice contra Dios. Al declarar que la acusación que acababan de levantar contra él era blasfemia, Cristo afirmó Su Deidad, que Él es Dios Todopoderoso.
En segundo lugar, en el sentido general, en los registros de los Evangelios, Cristo está hablando a Israel. Esto se hace obvio unos capítulos más adelante, cuando el Señor dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). En Romanos 15:8, Pablo escribió: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión [los judíos] para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”. Cristo fue enviado y ministró a Israel. En los Evangelios, durante el ministerio terrenal del Señor, lo encontramos ministrando la verdad de Dios y confirmando las promesas hechas a los padres (Abraham, Isaac y Jacob) de acuerdo con la ley, los pactos de Israel y la profecía.
Es importante tener esto en cuenta cada vez que leas y estudies Mateo, Marcos, Lucas y Juan, porque somos gentiles bajo la gracia, no Israel bajo la ley. En los Evangelios hay promesas de bendición y castigo hechas a Israel que no son para nosotros hoy bajo la gracia, como la blasfemia contra el Espíritu Santo y el pecado imperdonable.
Rechazo del Padre y del Hijo
Cristo enseñó que “todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres” (Mateo 12:31). En otras palabras, estos fariseos todavía podían creer que Él era el Hijo de David y el Mesías de Israel y que sus pecados y blasfemias podían ser perdonados. “Mas”, señaló Cristo, “la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (v. 31b).
El Espíritu Santo aún no había sido dado (Mateo 3:11; Juan 7:39; 16:7-8,13). Posteriormente, Cristo envió el Espíritu Santo el día de Pentecostés después de la ascensión de Cristo al cielo. Cuando Cristo advirtió a los líderes religiosos de Israel sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo, fue porque el Espíritu Santo pronto descendería y vendría a Israel para darles su última oportunidad de arrepentirse como nación. Fue cuando el Espíritu fue enviado a Israel que la blasfemia contra el Espíritu Santo no sería perdonada a los hombres.
Para enfatizar, el Señor reiteró que “a cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado” (Mateo 12:32). Esta doble advertencia de Cristo fue una advertencia de amor y preocupación. Cristo ama al mundo, y aunque estos líderes religiosos habían hecho esta acusación perversa, pronunciando esta palabra contra Él, Él les dijo que podían ser perdonados por ello. Pero también les advirtió, por amor, que llegaría un día en que su blasfemia y sus palabras contra el Espíritu Santo no serían perdonadas.
La enseñanza del Señor de que la blasfemia contra el Espíritu Santo era imperdonable no se basó en que el Espíritu Santo es mayor que Dios Padre o mayor que Dios Hijo, sino porque Dios Espíritu Santo llegó después que el Padre y el Hijo. El ministerio del Espíritu fue posterior al ministerio del Padre a Israel, y al ministerio terrenal del Hijo a Israel.
A lo largo de la antigüedad, en los tiempos del Antiguo Testamento, Israel rechazó y resistió a Dios Padre. Lo hicieron a través de su incredulidad y su idolatría generalizada. No confiaron ni obedecieron la ley de Dios, y lo vemos por cómo cosecharon las maldiciones de la desobediencia a Su ley. No sólo eso, sino que Israel mató a los profetas que el Padre les envió para volverlos a Él. Israel también rechazó al Padre cuando desearon que un rey los gobernara como todas las demás naciones. En 1 Samuel 8:7 leemos: “Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos.”
Sin embargo, en amor y misericordia, Dios el Padre envió a Su Hijo a Israel. En los Evangelios aprendemos cómo el Hijo trabajó, realizó milagros y enseñó a Israel para que pudiera recibirlo como su Mesías, confiar en el evangelio del reino y ser salva de sus pecados. Sin embargo, cuando consideramos este relato en Mateo 12, vemos que los líderes religiosos estaban rechazando a Dios el Hijo y quién era Él, incluso acusándolo de realizar milagros en el poder de Satanás. Y el rechazo de Cristo por parte de los líderes llevó a que lo crucificaran. El Señor dijo a Sus discípulos: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (Lucas 9:22).
Sin embargo, en la cruz, el Señor oró con asombrosa misericordia: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Su pecado y blasfemia contra Cristo fueron perdonados por el Padre en respuesta a la oración del Hijo. La razón es que la crucifixión del Hijo de Dios fue un pecado de ignorancia.
Un pecado presuntuoso
El Señor oró para que Su Padre perdonara a Israel por la crucifixión de Su Hijo porque “no saben lo que hacen”. Más tarde, Pedro le dijo a Israel: “Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes” (Hechos 3:17). Bajo la ley, había sacrificios y ofrendas por los pecados de ignorancia, y Dios hizo provisión para su perdón. Sin embargo, para los pecados intencionales de presunción no había provisión para el perdón.
Mas la persona que hiciere algo [o pecare] con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tubo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella. (Números 15:30-31)
“Con soberbia”, significa con mano altanera. Pecar presuntuosamente es un acto de transgresión audaz y desafiante contra la evidencia más completa y a pesar de la autoridad divina. Este tipo de conducta en Israel era una falta de respeto a Dios, porque trataba sus mandamientos como innecesarios e irrazonables y como si su juicio no fuera temible ni considerado autoritativo. Según la ley, una persona así era condenada a ser separada de Israel y a cargar con toda la responsabilidad por la iniquidad, para nunca ser perdonada.
Esto describe el pecado de Israel después de que le fue enviado el Espíritu Santo. Pecaron con prepotencia. Fue un acto de transgresión contra la evidencia más completa. El Espíritu Santo dio testimonio de la resurrección de Cristo y de su identidad como el Mesías de Israel, y lo hizo con pruebas y poder innegables. Además, mediante el ministerio de enseñanza del Espíritu Santo a través de los apóstoles, el Espíritu trajo la Palabra del Señor a Israel y glorificó al Hijo de Dios. Dios no permitió que Israel continuara en su ignorancia. Hizo que Pedro, por el Espíritu, los confrontara con la verdad de que “negasteis al Santo y al Justo… y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos” (Hechos 3:14-15).
Así Israel ya no ignoraba lo que habían hecho al crucificar a su Mesías. En respuesta al ministerio del Espíritu Santo, muchos en la nación despreciaron la Palabra del Señor. Al rechazar el ministerio y el mensaje del Espíritu, aquellos en Israel, a sabiendas y voluntariamente pecaron contra el Espíritu y blasfemaron. Y para esto no hubo perdón.
Rechazo del Espíritu Santo
En el Antiguo Testamento, Israel rechazó a Dios Padre. En los registros de los evangelios, rechazaron a Dios el Hijo. En los primeros capítulos de Hechos, Israel rechazó a Dios el Espíritu Santo. Al blasfemar contra el Espíritu en rebelión deliberada, completaron su rechazo de la Divinidad en su totalidad. El Espíritu Santo fue su última oportunidad para arrepentirse, creer y ser salvos. Por eso blasfemar contra la tercera Persona de la Trinidad fue imperdonable en ese momento.
El Espíritu Santo vino en Pentecostés (Hechos 2:1-4) y luego obró poderosamente en Israel con señales y prodigios. Esas señales y prodigios, hechos en el nombre de Jesucristo, confrontaron a Israel y sus líderes con pruebas abrumadoras de la resurrección y el mesianismo de Cristo (Hechos 3:6-21). El continuo rechazo de Cristo por parte de Israel era imperdonable a la luz del ministerio del Espíritu. En lugar de prestar atención a las súplicas de los apóstoles llenos del Espíritu, los líderes religiosos los ignoraron e iniciaron una persecución contra ellos en la que fueron amenazados (Hechos 4:17-21), encarcelados (Hechos 5:17-18) y golpeados (Hechos 5:40-42).
El rechazo de Israel al Espíritu Santo alcanzó su cenit en Hechos 7, cuando Esteban confrontó su pecado e incredulidad. Esteban era “varón lleno de fe y del Espíritu Santo” (Hechos 6:5). Se presentó ante el Sanedrín, el cuerpo religioso gobernante de Israel, y los desafió por su rechazo voluntario de Cristo, su negativa a abrir sus corazones y su culpa por resistir al Espíritu Santo:
¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! VOSOTROS RESISTÍS SIEMPRE AL ESPÍRITU SANTO; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores (Hechos 7:51-52)
Enfurecidos, estos hombres corrieron hacia Esteban, lo apresaron y lo arrastraron fuera de las puertas de ciudad y lo apedrearon hasta matarlo. Estos líderes religiosos cometieron exactamente el pecado imperdonable sobre el cual Cristo les advirtió. A los líderes de Israel se les había presentado evidencia abrumadora de que Jesucristo estaba vivo y era Señor y Cristo.
Los líderes religiosos blasfemaron contra el Espíritu por su rechazo de Su ministerio milagroso y poderoso al señalar a Israel a Cristo, por su negativa a aceptar el testimonio del Espíritu Santo sobre quién era Jesucristo, y por el asesinato de Esteban. Al apedrear a Esteban con manos malvadas, en ese tiempo y lugar, en ese momento de la historia, los líderes religiosos de Israel cruzaron una línea que nunca podrían descruzar. Sellaron su destino. Su pecado fue imperdonable porque representó un rechazo nacional decisivo de Jesucristo como el Mesías de Israel, a pesar del testimonio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Mientras Esteban era apedreado, en una oración similar a la de su Salvador, “puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). Sin embargo, esta oración de perdón de la nación no fue concedida por el Padre porque no fue pecado de ignorancia. Fue un pecado voluntario y presuntuoso. Ellos sabían lo que estaban haciendo. En este punto, Israel en su conjunto había rechazado a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Dios trató con su pueblo escogido como una nación. Cuando la mayoría de Israel obedeció, Dios los bendijo, incluidos los desobedientes. Cuando la mayoría fue desobediente, Dios los castigó, incluidos los creyentes fieles entre ellos. Y fue en este punto que Israel cayó. En la línea de tiempo profética, era hora de purgar a Israel y al mundo de la incredulidad a través de los acontecimientos de la semana 70 de Daniel, o la Tribulación de siete años. Sin embargo, en lugar de derramar Su ira, Dios marcó el comienzo de la dispensación de la gracia de Dios, previamente oculta, en la cual la gracia reina y en la cual la gracia es mayor que todo nuestro pecado.
La gracia reina hoy
Además entró la ley para que la transgresión abundara. Pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 5:20-21)
Romanos 5:20-21 es la solución a la ansiedad que el pecado imperdonable ha traído a muchos. “El pecado abundaba” cuando Cristo fue crucificado y, después de Su resurrección, el ministerio del Espíritu demostró poderosamente que Cristo había resucitado de entre los muertos y era el Mesías de Israel; y sin embargo, los enemigos de Cristo y los líderes de Israel voluntariamente mantuvieron lo que habían hecho y apedrearon a Esteban. En lugar de que la lapidación de Esteban resultara en la Tribulación de siete años, Dios suspendió temporalmente Su programa con Israel, y “la gracia sobreabundó” cuando Dios se dirigió a las naciones e inició la dispensación de la gracia de Dios.
Vivimos ahora bajo un programa diferente, diferente al programa que fue suspendido por el pecado imperdonable. El pecado imperdonable no puede cometerse bajo la gracia. Esa advertencia de Cristo fue para Israel y sus líderes religiosos. Su contexto dispensacional fue el del programa profético de Israel y la venida del Espíritu Santo a Israel. Tenía que ver con el rechazo de Israel a Cristo y el ministerio del Espíritu Santo a Israel. El pecado imperdonable no se aplica a nosotros hoy, ni se ha aplicado a nadie desde la lapidación de Esteban. Dios ha hecho imposible cometer este pecado hoy porque Su programa cambió de Israel al Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, cuando dividimos correctamente la Palabra de Dios, el pecado imperdonable no necesita infundir miedo en nuestros corazones.
Al dividir correctamente la Palabra, entendemos que hoy estamos bajo la gracia. Y bajo la gracia, la gracia reina en supremacía. La gracia triunfa sobre todo nuestro pecado. Cuando Pablo escribió que “la gracia sobreabundó”, significa que la gracia abunda sin medida. En otras palabras, aquí no estamos hablando de la gracia normal, regular y cotidiana. Esta es la gracia que el mundo nunca ha visto antes, porque estamos en la dispensación de la gracia, en la cual la gracia reina de manera notoria.
La gracia sobreabunda sobre cualquier TIPO de pecado que una persona cometa hoy. No importa qué pecado sea, no importa; la gracia abunda por encima de él y puede ser perdonado. Asesinato, suicidio, blasfemia, odio a Dios, adulterio, embriaguez, etc.: todo pecado es perdonado en Cristo cuando uno confía en Él como Salvador personal.
La gracia sobreabunda sobre cualquier CANTIDAD de pecado que una persona cometa. No se puede pecar demasiado para ser salvo por la gracia de Dios. Ninguna persona está fuera del alcance de la gracia de Dios. Cualquiera puede ser salvo por gracia mediante la fe en Cristo.
La gracia sobreabundante de Dios da gratuitamente a quienes creen “vida eterna en Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5:21). La advertencia del pecado imperdonable no tiene por qué causarnos preocupación o duda, porque la Palabra de Dios al Cuerpo de Cristo hoy nos dice:
En quien [Cristo] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Efesios 1:7)
Y a vosotros, estando muertos en pecados… os dio vida juntamente con él, perdonándoos TODOS los pecados (Colosenses 2:13)
Somos perdonados de todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros, en el momento en que confiamos en que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó. La preciosa sangre de Cristo lava todos nuestros pecados en el momento en que creemos. Sin embargo, para ser perfectamente claro, a aquellos que no creen no se les perdonan sus pecados; eventualmente, morirán en sus pecados y serán condenados a un tormento eterno y consciente en el infierno.
Nadie hoy debe temer cometer el pecado imperdonable sobre el cual el Señor advirtió en Su ministerio terrenal por tres razones: primero, el pecado imperdonable fue una advertencia dada a Israel y sus líderes; segundo, el programa de Dios ha cambiado; tercero, hoy no hay pecado que no pueda ser perdonado por la gracia sobreabundante de Dios a través de la fe en Cristo Jesús y no hay pecado que pueda causar que Dios nos quite la salvación.
Como el antiguo himno de la fe proclama — y cada uno de nosotros debería cantarla con todo nuestro corazón — “Maravillosa gracia de Jesús, / mayor que todo mi pecado; / ¿Cómo lo describirá mi lengua, / dónde comenzará su alabanza? / Quitando mi carga, / liberando mi espíritu, / porque la maravillosa gracia de Jesús me alcanza.”2
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